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martes, 19 de enero de 2010

TEN TEN Y CAI CAI



Aquí se narra cómo Cai-Cai, el espíritu de las aguas, luchó contra el Ten-Ten el espíritu de la Tierra, ambos encarnados en serpientes.
Ten-Ten avisó a sus pobladores de las intenciones destructivas de Cai-Cai y de sus planes, que consistían en desbordar todas las aguas por las entradas del mar.
La mayor parte de los pobladores de la tierra despreció la seguridad de las altas montañas y creyó que Ten-Ten les convertiría en piedras, peces u otros objetos y animales indestructibles por las aguas. Cuando Cai-Cai inició su ataque, obligó a Ten-Ten a elevar sus cumbres casi hasta la altura del Sol, pudiendo salvar a quienes se refugiaron en lo más alto de ellas. En cuanto a los pobladores de las llanuras, efectivamente les convirtió en piedras y peces, pero luego no pudieron recuperar su forma humana.
Así, la leyenda de la gran inundación mapuche, equivalente al diluvio babilónico y hebreo, se une también a la leyenda de la creación de las diversas especies marinas.

EL YASTAY



Es un guanaco protector de las manadas que destaca por ser más grande que los demás. Se dice que este guanaco es el jefe de todos y que aparece en los momentos menos esperados.

Algunas veces el yastay muestra toda su furia a los cazadores apareciendo con una cabeza de demonio y lanzando fuego por la boca. Otras veces su rostro es angelical, y puede llegar a servir de guía cuando detecta la bondad en quienes se acercan pacíficamente a su manada.

LA LOLA



Es un personaje que forma parte de la mitología de una amplia zona, pues su leyenda se registra en Antofagasta, Santiago, O’higgins y Colchagua.

En la provincia de Antofagasta, en la época de los descubrimientos, fue muy conocida una bella mujer llamada Lola. Su padre vivía para cuidar a su hija y distanciarla de sus enamorados.

La Lola sembraba ilusiones y desengaños en los hombres, y mucha envidia entre las mujeres. Un día conoció a un hombre del que se enamoró, pero él amaba a otra mujer; ella, al sentirse desplazada, se transformó en una terrible celosa. Fue así como, una noche, se dirigió descalza y silenciosa a la habitación donde dormía el hombre y lo mató con un puñal. Después huyó a los cerros dando gritos y alaridos. Al tiempo regresó al poblado, víctima de la locura, solo sabiendo reír, hasta que murió. Desde entonces la Lola y su espíritu vengativo recorren los cerros.

viernes, 15 de enero de 2010

EL ALICANTO



EL ALICANTO: A medida que predomina el desierto en el norte de Chile, se presenta con creciente exuberancia una frondosa creación de leyendas en torno al hallazgo de minas y tesoros. Muchos de los derroteros que circulan al respecto son netamente racionales, indicando, por ejemplo, que desde la plaza de Copiapó se divisan en una determinada dirección tres cumbres; que es preciso remontar la central, desde la cual se verá al sur un algarrobo, hacia el cual es preciso dirigirse; que cerca de él pasa una quebrada, por la que se deberá subir hasta la media falda de la serranía de que proviene; y que hacia la izquierda, tapiada por un derrumbe ocurrido con motivo de un terremoto, existe la bocamina de un riquísimo yacimiento de oro, abandonado justamente con motivo de este desastre, en que perecieron sus mineros. Los datos son siempre un tanto vagos. Hace pocos años vivía en Chañarcillo un pastor de cabríos y asnales que declaraba haberse radicado en aquel riquísimo yacimiento de plata, ahora agotado, porque su abuela había sabido de labios de Juan Godoy, el descubridor de ese mineral, que por mucha riqueza que éste hubiera suministrado, era una pálida sombra comparado con otro, aurífero y muchísimo más rico, que el mismo Godoy había descubierto al poniente de aquél, en una puntilla de Las Bandurrias, pero que debido a su avanzada edad no había alcanzado a explotar. Manifestaba aquel pastor que él sólo vivía allá con su majada, porque tenía la seguridad de poder ubicar esa segunda mina del célebre descubridor de Chañarcillo. Es el caso típico de los pastores del norte chileno: viven pobremente, cerca de alguna aguada, de la venta de queso de cabras, de cueros caprinos y de las crías de la majada, como también de transportes que realizan por cuenta de algún mineral cercano; pero todos son al mismo tiempo cateadores o mineros que trabajan pequeñas minas por su propia cuenta, como pirquineros u obreros. Y todos están convencidos de que el día menos pensado descubrirán una mina fabulosa o harán un magnífico alcance en una ya conocida. Mientras más pobre sea el ambiente que los rodea, más se exalta su fantasía, y es, en definitiva, la quimera del oro la que los hace sentirse ricos en medio de la mayor pobreza. Por otra parte, es un hecho que muchos de ellos han tenido realmente la suerte de descubrir —sin o con derroteros— minas que los han hecho pudientes. El propio Juan Godoy había sido pastor, como ellos. La fantasía avanza, sin embargo, más allá de los límites de lo racional o verosímil. Hay también otros indicios que permiten descubrir minas o tesoros. Uno de ellos está vinculado con una prodigiosa ave: el Alicanto. Es corredora y, estando en ayunas, se mueve con presteza, perdiéndose fácilmente entre el roquerío o matorral. Se alimenta, sin embargo, de granos de oro o plata, de modo que al dar con un yacimiento se vuelve pesada y es apenas capaz de correr. Además, sus alas, que extiende a menudo durante la noche, tienen la propiedad de comenzar a brillar luminosamente. Siendo la mina de oro, su luz es áurea; y siendo de plata, argentífera. Por eso los mineros, al catear de noche, prestan especial atención al descubrimiento de un Alicanto, ya que si dan con él pueden considerarse afortunados, pues les indicará con absoluta certeza donde se encuentra un yacimiento, ya sea de oro o de plata. La única precaución que requiere esta ave, es que el minero debe mantenerse oculto, pues tan pronto ella se cree observada, extingue el fulgor de sus alas, confundiéndose con la obscuridad de la noche. Y podrá ocurrir también que guíe al cateador hacia un precipicio, a fin de que se desbarranque. Se sabe, además, que el Alicanto forma parejas que anidan en una cueva, donde la hembra pone un huevo de oro y otro de plata. Los peligros indicados pueden evitarse, empero, si el minero se limita a observar donde se alimenta el Alicanto, pues ese hecho basta para descubrir ahí mismo la mina, sin espantarlo